Frecuentemente, cuando hablamos sobre la personalidad de alguien, nos referimos a lo que diferencia a esa persona de los demás, incluso lo que le hace única. La personalidad no es más que el patrón de pensamientos, sentimientos y conductas que presenta un individuo y que persiste a lo largo de toda su vida a través de diferentes situaciones. Sigmund Freud es el más influyente teórico de la personalidad ya que abrió una nueva dirección para estudiar la personalidad y el comportamiento humano. Según Freud, el fundamento de la conducta humana se ha de buscar en varios instintos inconscientes, llamados también impulsos, y distinguió dos de ellos: los instintos conscientes y los inconscientes. En buena parte, la personalidad está determinada por los genes que nos proporcionan una gran variedad de predisposiciones, pero el ambiente y las experiencias de la vida (familia, sociedad, amistades, cultura, etc.) se ocupan de moldear todas esas posibilidades en una dirección u otra. Por tanto, aunque podamos cambiar nuestra forma de ser, lo hacemos en base a esas características de personalidad con las que hemos venido al mundo. Un aspecto muy importante de nuestra personalidad es la forma en que nos vemos a nosotros mismos y al mundo que nos rodea pudiendo interpretar un mismo hecho de forma muy diferente. Cuando describimos a otras personas, además de referirnos a su personalidad, aludimos también a su temperamento a o su carácter, decimos que tiene un temperamento fuerte, o tiene muy buen carácter. Personalidad, temperamento y carácter son conceptos que guardan bastante relación entre sí, pero que son distintos.
En este artículo voy a simplificar un poquito las cosas y hablaré de tres personalidades que están muy extendidas entre nosotros, que identificaremos sin ninguna dificultad, y su forma de relacionarse y comprometerse con los demás.
La primera hace referencia a personas que se muestran ante la vida desatentas (no perdono la vida desatenta dice Miguel Hernández) no se preocupan nada más que de sí mismas y piensan que su existencia es la única y más importante de todas. El yo, mi, me, conmigo es su máxima expresión y jamás se plantean si tienen motivos para hacer algo por los demás. Por supuesto que cuando estas personas necesitan a alguien no tienen el más mínimo pudor en demandar ayuda.
La segunda se refiere a este tipo de personas que cumplen con lo que se les demanda. Entre sus expectativas no está la de mejorar las cosas, pudiendo no hacer nada, ¿por qué motivo tengo que hacer algo?, esa es la ley a la que obedecen. La pasión y el interés por lo que ocurre no está en su código de conducta. ¡Eso sí! Cumplen.
La tercera describe a personalidades comprometidas con la sociedad y con los acontecimientos que viven. Buscan de forma permanente la mejora tanto interna como externa. Corren riesgos aunque paguen un precio por ello. Disfrutan y hacen disfrutar a los que les rodean. No les importa perder. Generalmente no reciben compensaciones ni agradecimientos, es más probable que las incomprensiones y los recelos inunden sus contextos vitales, pero afortunadamente su felicidad no está expuesta a los demás.
Tenemos libertad para elegir y decidir cómo queremos ser, libertad para comprometernos o no con los acontecimientos sociales que vivimos. Podemos optar por la solidaridad o por el egoísmo, por la sensibilidad o la insensibilidad. En definitiva nos proyectamos en la vida de muchas formas y no todas ellas son iguales. Nos cuenta Jorge Bucay cómo un ciudadano que se encuentra en Escocia haciendo la ruta de los castillos decide entrar en uno de ellos cuyo nombre es “El castillo de tu vida” Es una fortaleza especial en la que se visita el muro o adarve desde el cual hay unas vistas preciosas, el patio de armas, la torre del homenaje cuyo acceso es complicado, el almacén que se encuentra en un estado lamentable y las mazmorras con sus instrumentos de torturas. El turista al preguntar a cuánto asciende el precio de la visita es contestado por el guía que eso va a depender de los gramos de arena que pierda. Al comenzar la visita se le entrega una cuchara con 25 gramos de arena fina y al finalizar se pesa la arena y por cada gramo perdido deberá pagar 10€. El turista hace el recorrido y cuando finaliza el mismo entrega su cuchara y esta pesa exactamente veinticinco gramos. ¡No ha perdido ni un gramo! Al preguntarle qué le ha parecido el castillo este contesta que prácticamente no ha visto nada, que ha estado tan pendiente de la cuchara y de que no se derramara ni un solo grano de arena que no ha sabido apreciar la belleza de las vistas, ni de la torre, ni de los calabozos. ¡En fin una pena! Lo importante para este ciudadano era no perder, no tener que pagar al final.
Esta es la personalidad que más detesto de todas, aquella cuyo quehacer diario es no perder, no pagar ningún impuesto por nada, no arriesgar, no complacerse si ello supone compromiso. En la vida es necesario pagar un precio por aquello que consideramos que merece la pena. Es indispensable correr riesgos para poder disfrutar de nuestra existencia aunque con frecuencia tengamos que pagar un alto tributo por ello y perdamos algún grano de arena.
¿Cuántos gramos de arena estás dispuesto a perder?
Ramiro Curieses Ruiz. Presidente de la Liga Palentina de la Educación.
Publicado en CARRIÓN. 14.02.2013