La Liga Palentina es una de las ligas federadas de la Asociación Liga Española de la Educación y la Cultura Popular (LEECP).
La LEECP es una ONG de carácter no lucrativo, que tiene como fines principales el apoyo a la educación para todos, basada en una escuela pública de calidad, laica, solidaria y de ciudadanía.
La Liga Palentina se creó en junio de 2008 por un grupo de personas relacionadas con la educación y empeñadas en transmitir a la sociedad palentina la necesidad de apoyar la escuela pública, como instrumento fundamental para la creación de una sociedad plural y solidaria, que integre sin exclusiones a todas las personas por igual dentro de un espíritu de laicidad y solidaridad.

viernes, 29 de agosto de 2014

Sobre la educación de los hijos

Artículo de  RAMIRO CURIESES RUIZ, Presidente de la Liga Palentina de la Educación, publicado en CARRIÓN 2l 28.08.2014
Licurgo fue un legendario legislador de Esparta que estableció la reforma militarista de la sociedad espartana de acuerdo con el Oráculo de Delfos. Todas las leyes y la constitución de Esparta se atribuyen a Licurgo. Según la tradición, fue de estirpe real y regente de Esparta. Muchos historiadores creen que Licurgo fue el responsable de las reformas comunitarias y militaristas que transformaron la sociedad espartana en la segunda parte del siglo VII a. C.
Se cuenta que su compromiso con sus leyes era tal que, tras hacer jurar a los espartanos que las acatarían hasta su regreso a la ciudad, se quito la vida al salir de ésta, para así, asegurar su aplicación perpetua.  Se le atribuye el pensamiento de que “Lo importante de las leyes no es que sean buenas o malas, sino que sean coherentes. Solo así servirán a su propósito”.
Licurgo concedió una importancia vital a la comida en público. Todos los hombres estaban obligados a pertenecer a una especie de sociedad gastronómica formada por 15 miembros, a la que aportaban en especie lo necesario cada mes: harina, vino, queso, higos y algo de dinero para carne. Estos clubes tenían u nombre —fldicia— que significa ahorro, aunque la palabra también evocaba el concepto de amistad. Eran una vía para mantener la cohesión y la convivencia, así como una escuela para los más jóvenes. Fue en uno de esos encuentros cuando un conciudadano le suplicó que les hablara de la importancia de la educación de los hijos. Licurgo, gran orador, aceptó con agrado la solicitud, pero añadió que le concedieran un período no superior al medio año para poder preparar su intervención. A pesar de que algunos no entendieron que necesitara tanto tiempo, ya que le consideraban un gran sabio, la gran mayoría aceptó y comprendió su condición.
Transcurridos unos meses, Licurgo apareció flanqueado por un sirviente que empujaba cuatro jaulas, cada una de ellas con un animal dentro. Los asistentes comenzaron a cuchichear con cierta desconfianza, pero al final el silencio invadió la plaza. Licurgo levantó la mano y el criado abrió dos de las jaulas, de una de ellas salió un perro y de la otra una liebre. Rápidamente el perro salió tras la liebre y en un instante la devoró ante el estupor y la incomprensión de la gente. Se produjo un silencio ensordecedor en el recinto. Todos se miraban ante la brutalidad de la escena.
Transcurridos unos minutos, Licurgo volvió a levantar la mano y el criado abrió las otras dos jaulas. De ellas volvieron a salir otro perro y otra liebre. Las personas allí reunidas, con la mirada aturdida, exclamaron en voz baja que ya habían visto bastante. Sin embargo observaron cómo el perro dando unos saltos impresionantes se arrojó sobre la liebre para dar volteretas a su alrededor. Ante la desconfianza de la gente se pusieron a jugar correteando y saltando, lamiéndose y acariciándose, hasta que Licurgo les hizo parar.
La muchedumbre permaneció inmóvil y aliviada al ver cómo habían sucedido los hechos. Las murmuraciones fueron desapareciendo y Licurgo tomó la palabra. De nuevo un silencio profundo se apoderó de la plaza. Con voz serena y grave dijo:- Habéis sido testigos del poder de la educación. Las dos liebres y los dos perros fueron alimentados y cuidados de la misma forma, no habiendo ninguna diferencia entre ellos. Solamente eduqué a este perro y a esta liebre, los animales parecían entender la escena, para que se comportaran de forma educada y no se hicieran daño. Mucho tiempo fue el que necesité. La educación es lo único que diferenció a la primera liebre y al primer perro de estos otros dos animales. Tiempo y educación es lo más importante en la crianza de vuestros hijos.
Licurgo desapareció ante el reconocimiento y la admiración de sus conciudadanos.

viernes, 17 de enero de 2014

La culpa es de la vaca

Artículo de RAMIRO CURIESES RUIZ, Presidente de la Liga Palentina de la Educación en CARRIÓN de 16 de enero de 2014.
Tenemos por costumbre inculpar a los demás de lo que pasa, es más, encontramos culpables con una facilidad asombrosa, bien sea en las personas de nuestro entorno próximo, en el destino, en la mala suerte, etc. Responsabilizamos a los otros de lo que sucede con tal de no comprometernos en la lucha por el cambio. La apatía con el compromiso está tan generalizada que solo rompemos esa cadena para exigirlo a los otros: quien debe cambiar es el vecino, mi pareja, mi jefa, el capitalismo, el neoliberalismo, la sociedad en conjunto y por supuesto el presidente del gobierno. Todos y todas excepto yo, porque el problema son los otros, no soy yo.
Actuar de esta manera es pasar por la vida sin compromiso, sin responsabilidad, con indolencia, pasivamente, con cobardía me atrevería a decir. Es más fácil decirnos a nosotros mismos que como no somos culpables de lo que ocurre, deben ser los demás los que respondan, actúen, se manifiesten, protesten y peleen.
Alrededor del año 335 A.C. al llegar a la costa de Fenicia, Alejandro Magno debió luchar en una de sus más grandes batallas. Al desembarcar, comprendió que los soldados enemigos superaban tres veces el tamaño de su gran ejército. Sus hombres estaban atemorizados y no encontraban motivación para la lucha: habían perdido la fe y se daban por derrotados. El temor había acabado con aquellos guerreros invencibles. Cuando Alejandro desembarcó dio la orden de que fueran quemadas todas sus naves. Mientras los barcos se consumían en llamas y se hundían en el mar, reunió a sus hombres y les dijo: “observad cómo se queman los barcos. Esta es la única razón por la que debemos vencer, ya que si no ganamos, no podremos volver a nuestros hogares y ninguno de nosotros podrá reunirse con su familia nuevamente, ni podrá abandonar esta tierra que hoy despreciamos. Debemos salir victoriosos en esta batalla, pues sólo hay un camino de vuelta, y es por mar. Soldados, cuando regresemos a casa, lo haremos de la única forma posible: en los barcos de nuestros enemigos.”
A veces es necesario que las historias nos afecten directamente para comprometernos en ellas. Así, si el paro, la ley de dependencia, la marcha de un hijo al extranjero en búsqueda de trabajo, la negación de una beca universitaria, el desahucio del banco, la privatización sanitaria, el copago sanitario por padecer una enfermedad crónica, etc., nos afectan directamente, encontramos motivaciones suficientes para mostrar nuestra indignación, pero si es a los demás a quienes les ocurren estas cosas, el grado de compromiso con el cambio es mínimo.
Jaime Lopera y Marta Bernal son un matrimonio colombiano escritores de la serie de libros: “La culpa es de la vaca” de la que han vendido más de 300.000 ejemplares. Este libro reúne fábulas y parábolas de diversa procedencia que giran en torno a un punto común: la necesidad del cambio. En una de ellas cuentan que se estaba promoviendo la exportación de artículos colombianos de cuero a Estados Unidos, y un investigador decidió entrevistar a los representantes de dos mil almacenes en Colombia. La conclusión de la encuesta fue determinante: los precios de tales productos son altos, y la calidad muy baja. El investigador se dirigió entonces a los fabricantes para preguntarles sobre esta conclusión. Recibió esta respuesta: no es culpa nuestra; los cueros tienen una tarifa arancelaria de protección del quince por ciento para impedir la entrada de cueros argentinos. A continuación, le preguntó a los propietarios de los cueros, y ellos contestaron: no es culpa nuestra; el problema radica en los mataderos, porque sacan cueros de mala calidad. Como la venta de carne les reporta mayores ganancias con menor esfuerzo, los cueros les importan muy poco. Entonces el investigador, armado de toda su paciencia, se fue a un matadero. Allí le dijeron: no es culpa nuestra; el problema es que los ganaderos gastan muy poco en venenos contra las garrapatas y además marcan por todas partes a las reses para evitar que se las roben, prácticas que destruyen los cueros. Finalmente, el investigador decidió visitar a los ganaderos. Ellos también dijeron: no es culpa nuestra; esas estúpidas vacas se restriegan contra los alambres de púas para aliviarse de las picaduras. En fin, la culpa es de la vaca.
Quizás debiéramos empezar a preguntarnos, ¿Qué responsabilidad tengo yo en lo que está sucediendo en nuestro país? Y no quedarnos en aquello de “la culpa es de la vaca”