Artículo de Ramiro Curieses Ruiz, presidente de la Liga Palentina de la Educación, en el periódico quincenal CARRIÓN.
Quizás nos sorprenda saber que una de cada cinco personas en el mundo no puede hacer lo que nosotros estamos haciendo en este momento: leer. En la Tierra hay cerca de mil millones de habitantes que no están alfabetizados, es decir, ni siquiera tienen la oportunidad de leer este artículo. Sin acceso a la educación las personas más pobres del mundo seguirán siendo los excluidos. Incapaces de leer o escribir, continuaran atrapadas en una vida de pobreza y de lucha por sobrevivir. Kailash Satyarthi, presidente de la Campaña Mundial por la Educación, nos invita a todos a realizar un viaje extraordinario: “Viaje hacia la Educación para Todos”.
Convencido profundamente de que todos nosotros somos merecedores de acceso a la educación porque es un derecho fundamental, debiéramos exigir a nuestros gobernantes el cumplimiento de este compromiso sin ningún tipo de vacilaciones. Otra forma de tratar de conseguir este objetivo es el de facilitar este acceso a todas las personas que por diferentes motivos lo tienen más complicado. No todos somos iguales a la hora de disfrutar de derechos fundamentales.
Una de las experiencias personales más enriquecedoras que he vivido como maestro me ocurrió hace ya unos años en un pueblecito del interior de Asturias. Angelines era una mujer de edad no muy avanzada a quien la vida le había mostrado varias veces su cara más amarga. Tenía la virtud de sobreponerse con coraje y esfuerzo a todas sus adversidades con un optimismo digno de ser alabado. Los encuentros con ella no fueron casuales, ya que llevaba todos los días a su nieto pequeño al colegio. La escena me parecía siempre de una ternura impactante porque al despedirse le decía una y otra vez: – “aprende a leer hijo, para que me enseñes un día”.
Una mañana, que entró para explicarme que vendría a buscar a su nieto un poquito antes de lo habitual, le propuse que se quedara un ratito conmigo. La hice ver lo hermoso que me parecía la despedida diaria con su nieto. Fue entonces cuando me exclamó que lo más terrible que le había pasado en su vida (os confieso que esta buena mujer había tenido motivos suficientes para sufrir) era no saber leer y escribir. Me siento ciega con ojos, -me dijo casi turbada. Yo le hice una invitación sincera ofreciéndole la posibilidad de que aprendiera a leer y a escribir para lo cual era necesario que viniera dos tardes al colegio. Su respuesta no se hizo esperar y con los ojos llenos de lágrimas me dio un abrazo que aún hoy en día me hace estremecer.
No había tarde que Angelines faltara. Jamás he tenido una alumna más puntual y motivada hacia el aprendizaje. Enseñar se convierte entonces en una actividad placentera. Ni la lluvia, ni el frío, ni otras obligaciones le impedían a esta mujer faltar a la cita de hora y media los martes y los jueves.
Angelines aprendió a leer y a escribir en tres meses, su ilusión y esfuerzo fueron conmovedores. Cierto día llegó toda emocionada porque había sido capaz de enviar una carta a su hermano que había emigrado a Ecuador. Pero lo que realmente me estremeció fue el libro que me regaló. Un libro que ella había escrito como un diario. Lo había titulado: “Mis ojos vieron la luz”. Sencillamente maravilloso. Habitualmente iba recogiendo todas las impresiones que sentía a medida que aprendía a leer. A diario anotaba sus avances y progresos y finalizaba con unas gracias por todo lo que iba descubriendo.
Recupero esta experiencia de mi memoria porque contribuir a la alfabetización de una persona es simplemente una experiencia humana impactante, profesionalmente, la más maravillosa. Brindar la oportunidad de dar acceso a la lectura y escritura a una alumna como Angelines fue modestamente algo extraordinario.