Artículo de RAMIRO CURIESES RUIZ, Presidente de la Liga Palentina de la Educación en CARRIÓN de 16 de enero de 2014.
Tenemos por costumbre inculpar a los demás de lo que pasa, es más, encontramos culpables con una facilidad asombrosa, bien sea en las personas de nuestro entorno próximo, en el destino, en la mala suerte, etc. Responsabilizamos a los otros de lo que sucede con tal de no comprometernos en la lucha por el cambio. La apatía con el compromiso está tan generalizada que solo rompemos esa cadena para exigirlo a los otros: quien debe cambiar es el vecino, mi pareja, mi jefa, el capitalismo, el neoliberalismo, la sociedad en conjunto y por supuesto el presidente del gobierno. Todos y todas excepto yo, porque el problema son los otros, no soy yo.
Actuar de esta manera es pasar por la vida sin compromiso, sin responsabilidad, con indolencia, pasivamente, con cobardía me atrevería a decir. Es más fácil decirnos a nosotros mismos que como no somos culpables de lo que ocurre, deben ser los demás los que respondan, actúen, se manifiesten, protesten y peleen.
Alrededor del año 335 A.C. al llegar a la costa de Fenicia, Alejandro Magno debió luchar en una de sus más grandes batallas. Al desembarcar, comprendió que los soldados enemigos superaban tres veces el tamaño de su gran ejército. Sus hombres estaban atemorizados y no encontraban motivación para la lucha: habían perdido la fe y se daban por derrotados. El temor había acabado con aquellos guerreros invencibles. Cuando Alejandro desembarcó dio la orden de que fueran quemadas todas sus naves. Mientras los barcos se consumían en llamas y se hundían en el mar, reunió a sus hombres y les dijo: “observad cómo se queman los barcos. Esta es la única razón por la que debemos vencer, ya que si no ganamos, no podremos volver a nuestros hogares y ninguno de nosotros podrá reunirse con su familia nuevamente, ni podrá abandonar esta tierra que hoy despreciamos. Debemos salir victoriosos en esta batalla, pues sólo hay un camino de vuelta, y es por mar. Soldados, cuando regresemos a casa, lo haremos de la única forma posible: en los barcos de nuestros enemigos.”
A veces es necesario que las historias nos afecten directamente para comprometernos en ellas. Así, si el paro, la ley de dependencia, la marcha de un hijo al extranjero en búsqueda de trabajo, la negación de una beca universitaria, el desahucio del banco, la privatización sanitaria, el copago sanitario por padecer una enfermedad crónica, etc., nos afectan directamente, encontramos motivaciones suficientes para mostrar nuestra indignación, pero si es a los demás a quienes les ocurren estas cosas, el grado de compromiso con el cambio es mínimo.
Jaime Lopera y Marta Bernal son un matrimonio colombiano escritores de la serie de libros: “La culpa es de la vaca” de la que han vendido más de 300.000 ejemplares. Este libro reúne fábulas y parábolas de diversa procedencia que giran en torno a un punto común: la necesidad del cambio. En una de ellas cuentan que se estaba promoviendo la exportación de artículos colombianos de cuero a Estados Unidos, y un investigador decidió entrevistar a los representantes de dos mil almacenes en Colombia. La conclusión de la encuesta fue determinante: los precios de tales productos son altos, y la calidad muy baja. El investigador se dirigió entonces a los fabricantes para preguntarles sobre esta conclusión. Recibió esta respuesta: no es culpa nuestra; los cueros tienen una tarifa arancelaria de protección del quince por ciento para impedir la entrada de cueros argentinos. A continuación, le preguntó a los propietarios de los cueros, y ellos contestaron: no es culpa nuestra; el problema radica en los mataderos, porque sacan cueros de mala calidad. Como la venta de carne les reporta mayores ganancias con menor esfuerzo, los cueros les importan muy poco. Entonces el investigador, armado de toda su paciencia, se fue a un matadero. Allí le dijeron: no es culpa nuestra; el problema es que los ganaderos gastan muy poco en venenos contra las garrapatas y además marcan por todas partes a las reses para evitar que se las roben, prácticas que destruyen los cueros. Finalmente, el investigador decidió visitar a los ganaderos. Ellos también dijeron: no es culpa nuestra; esas estúpidas vacas se restriegan contra los alambres de púas para aliviarse de las picaduras. En fin, la culpa es de la vaca.
Quizás debiéramos empezar a preguntarnos, ¿Qué responsabilidad tengo yo en lo que está sucediendo en nuestro país? Y no quedarnos en aquello de “la culpa es de la vaca”
¿Hay algo cultural en buscar culpables y no sentarse a encontrar soluciones?. Esta pregunta me la hago en voz alta delante de mis hijos varias veces a lo largo del año. Quizás también debemos educar a nuestros hijos desde bien pequeños para que se pregunten por que no se están divirtiendo en el parque en lugar de señalar al niño o la niña que ha ocupado el tobogán antes que ellos.
ResponderEliminarBuenas preguntas Mónica.Mientras te las hagas estate segura de que lo estás haciendo bien. Gracias por leernos.
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