Ha caído en mis manos, no del cielo sino como
regalo de mi amiga Chiqui, el libro del Gran Wyoming, “No estamos solos”. Se
trata de un relato optimista que nos presenta
algunos testimonios de gentes que están haciendo cosas para que este
país cambie. Por supuesto que no están todos, pero sí todos los que están
merecen más espacios televisivos, radiofónicos y periodísticos, Morosito y Eurito, Pedro
Uruñuela, Josep Fontana, Ada Colau, etc.
Sus acciones son un antídoto contra el derrotismo, la impotencia, la rendición
incondicional y el pesimismo. Los seres humanos nos dividimos en tres clases,
los que hacen cosas, los que critican lo que se hace y los que no hacen nada.
Quiero pertenecer al primer grupo, porque deseo contribuir a construir otro
futuro.
La lectura del libro me ha hecho recapacitar sobre
lo que sería necesario y conveniente para hacer un futuro más “humanovivible”,
llegando a algunas conclusiones claras, tales como la lucha por la reconquista
de algunos derechos fundamentales y la eliminación de algunas prácticas
políticas que hacen daño al funcionamiento democrático. Me he acordado de una
pequeña historia que escribí hace ya algunos años y que recoge mi sentir sobre
la situación actual:
“Las dos huertas estaban unidas, solamente
separadas por una línea invisible en las mentes de los hortelanos. Ambas eran
rectangulares y en sus esquinas habían crecido hermosos frutales hasta que
había llegado la plaga en forma de hongo. Antonio y Aurora eran los
propietarios de las huertas. Durante algún tiempo sus esfuerzos estuvieron
dedicados a quitar de los árboles frutales el fruto deforme y mal desarrollado.
Sin embargo cada vez había más fruto podrido. Fue Aurora quien comentó a
Antonio que debían tomar una iniciativa que sirviera de ejemplo a los demás
hortelanos, ya que la plaga se había extendido por todos los rincones de la
huerta española. Tal iniciativa consistía en podar las ramas cuyos frutos eran
de muy mala calidad. Y así estuvieron durante algún tiempo, podando ramas y más
ramas, hasta ver con claridad que aquello no servía de nada ya que los frutales
cada vez estaban más deteriorados.
Se hizo una gran tertulia para dar una respuesta
satisfactoria, estas reuniones se celebraban cada cuatro años, pero no se habló
de ningún tratamiento novedoso, ni siquiera preventivo para los jóvenes
frutales, tampoco se contempló la posibilidad de modificar la época de los
procedimientos de intervención. El hongo causante de la plaga reinaba a sus
anchas devastando cada año más la producción.
Fueron los dos hortelanos de las huertas
colindantes quienes aquella mañana decidieron hacer algo que nadie había
contemplado hasta entonces, cortar y arrancar los árboles frutales, ya que la
poda de ramas se había mostrado insuficiente. Esta decisión fue muy mal vista
por el resto del gremio. Se les tachó de arrogantes, ignorantes, radicales, se
oyeron voces que incluso les asociaron a activistas extremistas. Se les
demonizó por hacer un cambio tan real donde el pensamiento único era no cortar
ningún frutal. Tuvieron serias dificultades para explicar las razones de su
decisión, Pero ellos confiaban y sabían perfectamente que no era cuestión de
quitar las manzanas podridas del árbol, ni tan siquiera era suficiente con
podar las ramas, era necesario acabar con el hongo que se había establecido en
las raíces de los frutales. Así lo hicieron, extirparon del huerto todos los
árboles con la única idea de plantar unos nuevos. Comprendían perfectamente que
estos eran necesarios e imprescindibles para la alimentación de la sociedad.
Planificaron el modo en el que plantarían nuevos
frutales. Mejoraron la fertilidad del terreno, diseñaron métodos para comprobar
el crecimiento de los mismos, arbitraron protocolos de intervención para cuando
se detectara la más mínima infección, establecieron fórmulas de prevención en
los tratamientos, determinaron los momentos oportunos de poda y limpieza y
perfilaron la forma de actuación en el momento en el que se detectaran los
primeros síntomas, pero especialmente rediseñaron las causas por las que los
árboles podían enfermar”.
Han pasado ya algunos años desde aquella
iniciativa, y hoy día todo el mundo agradece el coraje de estos hombres ante lo
que hicieron. Los frutales conservan todos los atributos necesarios para crecer
y han incorporado los mecanismos que Aurora y Antonio rediseñaron. Los
consumidores estamos satisfechos, es más, hay una asociación de hortelanos que
continuamente se quiere apropiar del origen de la decisión…
Los nuevos frutales no estás exentos de peligro,
pero los hortelanos saben cómo plantarle cara a las plagas.
Lo dicho, no estamos solos, siempre hay ciudadanos
y ciudadanas dispuestas a luchar contra las plagas que hacen que nuestra
existencia sea indigna.
Gracias por ello. Y por supuesto, ¡Feliz 2015!
Ramiro Curieses Ruiz,
Presidente de la Liga Palentina de la Educación.
Publicado en CARRIÓN. 15.01.2015
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