Ramiro Curieses |
Si exceptuamos a los ancianos alemanes, que según una investigación reciente disfrutan con noticias negativas sobre la juventud, no creo que haya nadie que en su juicio sano esté capacitado para digerir tanta información catastrofista. Estos son sólo algunos ejemplos de los titulares de los periódicos con más tirada a nivel nacional de un día cualquiera: “el FMI no descarta otra recesión mundial el próximo año”, “los beneficios de las empresas cayeron un 40% durante este año”, “la contaminación se dispara en España ante el desinterés oficial”,”miles de indignados marchan por las calles de …”, “crece la hostilidad ante los inmigrantes indocumentados”, “ si la Xunta no paga va a ser la de Dios” etc., etc. Estaréis de acuerdo conmigo que cuando oímos esto a la siete de la mañana lo primero que se nos viene a la cabeza es: ¡menudo día nos espera!, pero inmediatamente nos invade un sentimiento de desesperación grave porque escuchamos sin ningún tipo de rubor, ni de aclaración, que esto es solo el principio de algo más terrible. Es entonces donde la confianza, que es la conversación de la que dependen todas las relaciones, por eso decimos que es uno de los juicios más importantes que necesitamos desarrollar como personas, se ve seriamente amenazada. Se produce, en cierto sentido, una merma en la capacidad emocional de actuar con los otros que tiene un importante reflejo en todos nuestros pensamientos y acciones. Decía Arturo Graf “que la fuerza es confianza por naturaleza. No existe un signo más patente de debilidad que desconfiar instintivamente de todo y de todos”. Nuestros políticos debieran saber esto.
Llega un momento en el que cansados de dimes y diretes, de pronósticos tan pesimistas, de políticos incapaces de inyectar un mínimo de esperanza e ilusión, que hay que pedir, casi a gritos, que lo que tenga que ser, que sea pronto. ¡Por favor, que vivir en esta agonía no puede ser bueno para la salud física, pero sobre todo para la mental!
¿Cuánto pesan estas noticias en nuestro ánimo?, ¿cuánto condicionan nuestro modo de vida? Me acuerdo de aquel cuento que trabajamos en clase para generar compromisos solidarios en los alumnos en el que un colibrí pregunta a una paloma cuánto pesa un copo de nieve. Nada, fue la respuesta de esta. Si es así, he de contarte algo,–dijo el colibrí–. Esta noche me posé en la rama de un pino, cerca de su tronco. Empezaba a nevar, no era nieve de una gran tempestad, era como un sueño, sin ninguna herida ni violencia. Como no tenía nada que hacer empecé a contar los copos mientras caían sobre las ramas de mi tronco. El número exacto fue 1.141.952. La rama soportó sin ningún quejido esta cantidad de copos. Cuando cayó el siguiente, sin peso como tú dices, la rama se rompió. Dicho esto, el colibrí levantó el vuelo. La paloma, una autoridad en la materia desde los tiempos de Noé, se paró a reflexionar y, pasados unos minutos, se dijo: “quizá sea sola necesaria la suma de una noticia negativa más para que la desesperanza se abra definitivamente camino en nuestras vidas”
Entre muchas otras aportaciones, Aristóteles, nos dejó una que conviene recuperar, y es la que decía que los discursos inspiran menos confianza que las acciones. Hagan lo que tengan que hacer, pero, ¡háganlo ya! Tomen las medidas que tengan que tomar, pero por favor, que nos conduzcan a mirar el futuro con algo más de esperanza. Las malas noticias y las decepciones pueden hacer que nos pongamos tristes, quizás por varios meses. Esto es normal, siempre y cuando la tristeza no se vuelva permanente, porque en ese caso estaríamos hablando de una depresión, pero colectiva, y que yo sepa no se conoce remedio hasta ahora para semejante enfermedad.
No sé exactamente lo que es capaz de resistir el ser humano, cuál es su capacidad para seguir proyectándose en el futuro a pesar de acontecimientos desestabilizadores, de condiciones de vida difíciles y de traumas a veces graves. ¿Cuántos más copos de nieve de desesperanza tienen que caer para que la rama se parta finalmente? Lo que si es seguro es que hay toda una sociedad silenciosa que está resistiendo, pero a la que conviene dar un mensaje de esperanza. Creo firmemente que cuando un pueblo deja de tener la sensación de control sobre su propio futuro, se vuelve mucho más vulnerable, entonces el daño físico y moral puede ser irreparable ya que la vulnerabilidad nos hace más débiles. De este modo es muy probable que las ramas se rompan.
Publicado en el periódico CARRIÓN
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